Las palomas no son complementos de boda ni alivian al difunto
Hace unos meses, un buen amigo me comentó en tono triste y angustiado lo que comparto hoy aquí. Rafa, experto en ciberseguridad y músico a la vez, me contó la mala experiencia que vivió con su hijo de apenas tres años.
Me contaba que en la celebración del Día de la Paz en la guardería, entre peques despistados y orgullosos adultos que exhalaban pura bondad, soltaron unas “lindas palomitas” al aire para elevar la promesa de contagiar a sus retoños esos grandes valores.
Mi amigo quedó horrorizado al observar a esas palomas blancas, seguro que mensajeras, encerradas en pequeñas jaulas durante horas, apiñadas, sin beber y con excesivo calor hasta su suelta. El pequeño las miraba triste. Las señalaba y preguntaba a su padre casi entre pucheros: “¿Les damos poco de abua?».
Cuando las jaulas se abrieron ante las bocas abiertas de todos, las palomas salieron aturdidas, sedientas o heridas, intentando alzar el vuelo torpemente cayendo algunas entre el suelo del patio. Se ha puesto de moda realizar actos similares a estos en las bodas para refrendar lo que se prometió ante el cura. A veces se han visto palomas encerradas durante días sometidas a gran estrés hasta el punto de lanzar excrementos sobre los invitados, aumentando su rechazo con el consiguiente “grito de asco supremo”. Las aves más afortunadas conseguirán regresar a su palomar para volver a ser utilizadas en este tipo de eventos. ¿Es esto necesario?¿A qué conduce esa acción?
Pero ahí no acaba todo. Se ha convertido esta suelta de palomas en un momento “mágico” incluso llegando a pintarlas y decorarlas horteramente como “toque de distinción y elegancia” ¿Pero… de qué va esto?
Todo es incongruente. Los técnicos de ayuntamientos luchan por erradicar a esas mal llamadas “ratas voladoras” y de repente, cuando les entra el fervor, sueltan miles… unas volverán a su palomar, pero otras se quedarán dispersas, perdidas, aumentando la población de la que luego se quieren liberar.
Y ya de pasada tocamos las ideas luminosas que en Semana Santa se utilizan en este bendito país. Palomas atadas a figuras procesionarias, quizás con lesiones en sus patas y alas, sin beber ni comer. Son animales, no son representaciones religiosas. Son aves y su simbolismo debe desaparecer de una vez por todas de este contexto. Más de mil palomas estuvieron encerradas en cajas durante todo un día mientras se las repartía entre el público asistente a una gran procesión como si fueran «pipas, chicles, caramelos». ¿En qué condiciones estuvieron durante ese tiempo? ¿Qué penurias sufrieron a pesar de las “instrucciones de uso” que iban con ellas? Un acto, sin duda, lamentable.
La explotación y el maltrato no se queda en las grandes granjas porcinas ni de vacuno, sino que se extiende a cualquier tipo de animal con objetivos, como en este caso, de reproducir, criar y entrenar a la palomas mensajeras blancas. Dicen estas empresas ser respetuosas con el medio ambiente y el bienestar animal porque en palabras de una de ellas “vuelven al palomar un alto porcentaje de éstas”. Si la distancia es de más de 500 km de distancia, solo regresan un 50%. ¡Oh!.
Hay campañas con el lema “No somos juguetes” que denuncian estos usos además de los deportivos, caza, pintadas en sus plumas, competiciones basadas en el maltrato general con sacrificio y muerte de muchos individuos, no importa el carácter que tengan. Se pueden equiparar incluso a las peleas de gallos… ¿es o no es esto motivo suficiente para levantar la voz y evitar lo impresentable?
Sugiero utilizar la nueva tecnología, la innovación y creatividad para sustituir estas preciosas y sencillas aves por drones, drones blancos, con cintas de raso brillantes, que giren y giren haciendo piruetas para admiración de todos mientras derraman pétalos de rosa y doradas burbujas como lluvia celestial. Será muy bonito.
Dejen que haya símbolos de compromiso matrimonial, que haya despedidas a nuestros queridos difuntos, que llegue la iluminación al espíritu… que haya PAZ… pero sin palomas.