Reflexiones de una vegana sobre las preguntas de los niños
Yo nací urbanita, en una gran y tremebunda ciudad en la que a veces se adivinaba entre el humo y los tejados que había vecinos alados e insectos en los sucios jardines que, con suerte, tenías cerca de casa. No solo adoraba a los perros que veía pasear por la calle, sino que me asombraba ver al gato callejero lamiéndose la pata tranquilamente al lado de un charco pringoso, sucio y maloliente. ¡Qué suerte tenía y qué rara era yo!
Era muy, muy pequeña cuando me empezaron a llevar “al pueblo”. Todo el mundo tenía pueblo menos yo y descubrirlo fue lo mejor porque había animales distintos a la cucaracha, el perro y el gato urbano. Y yo los amaba de forma instintiva, de nacimiento. En cuanto veía una oportunidad me escapa zumbando hasta el primer corral que pillaba y allí me encontraban abrazada a los conejos, al cordero, a los pollitos, al ternero al que besaba delante de la cara de su madre que me miraba atónita. ¡Si no me hacen nada! -decía yo rabiosa cuando mis padres me sacaban de allí asustados. ¡Si son mis hermanos! ¡Quiero quedarme aquíííí…!
Y empecé a preguntarme, y de paso a preguntar a mis padres que a veces les pillé en apuros pensando la respuesta –Mamá… ¿Esto es cordero? ¿Y por qué tengo que comerme al cordero que estaba mamando?¿Y su madre?¿Le duele estar dormido así? ¿Este muslo de pollo… ha caminado cuando nació? ¿Pero estaba vivo? ¿Has matado tú al cerdito? Yo no quiero comer… ¡si a mí solo me gusta la tarta de manzana!
Las respuestas no las recuerdo, pero sé que llegué a decir cada vez que tenía un filete en mi plato algo así como “lo siento hermana ternera…” se me hacía un nudo en el estómago y me comía solo las patatas.
Una vez trajeron a mis padres envueltas en papel de periódico (antes se envolvía así) dos codornices llenas de perdigones, tiesas y peladitas que metieron en la nevera. Mis padres, como bohemios que eran, no les gustaban ciertas clases de cosas entre ellas la caza, lo cual les agradezco. Pues bien, las codornices desaparecieron de la nevera. ¿Dónde están las codornices?, preguntaban en casa. Al día siguiente las encontraron metidas en un cochecito de muñecas, cada una metida en un calcetín, abrigadas con bufanda de colores y gorro diminuto a rayas con pompón. ¡Todo un cuadro! A su lado, un fonendo y un termómetro de juguete. No me regañéis… Quería que se calentaran y que volvieran a correr para que se fueran a su casa.
Por eso, cuando escucho las preguntas que me hace la gente muy preocupada por mi vida y mi salud al decir que en mi dieta no hay animales… recuerdo y pienso que no es justo, que no se deberían preocupar tanto por la gente adulta que ha tomado su propia decisión, que deberían preocuparse más por ellos y por lo que opinan los niños sobre comer animales y su reacción ante ello. ¿Estamos en un proceso de cambio y de escucha sobre lo que opinan los más peques de esto? ¿Escuchan los padres a sus hijos ante estas dudas tan dolorosas a veces?
Creo que este cambio de consciencia infantil al darse cuenta de que lo que está en su plato ha llegado allí de una forma violenta y que evitan comer, es parte de la formación de su personalidad. Algunos adultos intentarán bloquear ese sentimiento ya que confundirán una decisión con un capricho y que si consienten “eso” se le subirán a la chepa abriendo la puerta a que hagan lo que quieran con ellos. ¡Error! Deberían estar orgullosos. Son el futuro.
Los padres que no han caído en esto deben ser conscientes de que hay otras alternativas para cocinar sin carne en un país tan rico en productos de la huerta, con buenas verduras y con un aceite de oliva excelente como es éste y en el que cada vez hay mejores profesionales nutricionistas y opciones vegetarianas y veganas asombrosas. Conocer que hay una cocina vegana que cubre perfectamente las necesidades nutricionales infantiles, además de dar respuesta a las dudas que los pequeños plantean, sin engaños, es el mejor camino para que los chavales puedan disfrutar de una comida alegre, limpia, libre y sin dolor para nadie.
Me he sentido muy reflejada en este articulo. Es cierto que de pequeñitos sentimos muchísima empatía hacia todos los seres y poco a poco intentan eliminarnosla.. pero unos pocos conseguimos seguir teniendola cuando somos adultos y tenemos la oportunidad de abrirles los ojos a otros que los cerraron. Cuando era pequeña me encantaba ver los camiones de cerdos que iban por la carretera cuando nos ibamos a algún sitio, les preguntaba a mis padres… ¿a donde los llevan? y siempre me decían al campo a pasear… viví engañada mucho tiempo pero hoy en dia podemos acceder a tanta información acerca de la triste realidad de los animales que para mi sería impensable vivir de otra forma. Enhorabuena por aportar vuestro granito de arena para hacer de este mundo un lugar mejor para los animales. 🙂
Muchas gracia Carolina por acercarte tanto a esta realidad y entender a la situación de muchos niños y niñas. Personalmente a mí me decían lo mismo mis padres al ver pasar los camiones de transporte de ganado… qué inocentes éramos, tanto como los que iban en el camión… pero contando con gente como tú que apoya las pequeñas acciones para formar y educar a los peques y a los grandes, conseguiremos algo bueno para ellos. ¡Gracias por tu comentario!