En La Huella Vegana, en estos tiempos tan complicados debido al COVID-19, hemos deicidido que #nosquedamosencasa y cerramos nuestros
establecimientos. Esta medida, aunque nos pueda parecer algo triste, es sin duda una respuesta de amor, compasión, responsabilidad y solidaridad ante la situación actual que estamos viviendo. Sin embargo, nos entristece mucho comprobar como muchos de estos mensajes se están transmitiendo a través del odio y la agresividad.
Un mensaje de amor transmitido con odio es un mensaje de odio.
Mensajes basados en amor hay muchos y muy importantes: defensa de los animales (veganismo y ecologismo), protección del planeta Tierra (reciclaje y zero waste), defensa de una sociedad justa (feminismo, equidad, igualdad racial, derechos LGTB+), y muchísimos más. Vitales y necesarios.
Pero por hermosa y bondadosa que sea la causa del mensaje en la teoría; si la llevamos a la práctica desde la imposición, el desprecio, el juicio, el odio y la violencia… se convierte en un mensaje de odio. Y ofreciendo odio, no sumamos ni nutrimos, sino que restamos. Restamos a los demás pero sobre todo nos restamos energía y coherencia a nosotros mismos.
Ser conscientes de las verdaderas causas que nos llevan a promover un movimiento es esencial a la hora de focalizar nuestros esfuerzos y canalizar la energía, para que se transmita (y acoja) el mensaje.
El problema aparece cuando la verdadera causa que nos lleva a actuar no es el amor (por los animales, el planeta, los otros humanos o nosotros mismos) sino el Ego, porque entonces nos dará exactamente igual el mensaje y la persona que lo recibe, solo nos importará aplastarles con el peso de nuestra razón, nuestra innegociable verdad.
Y no existe en esta actitud un atisbo posible de amor, ni por los animales, ni por el planeta, ni por los demás, pero sobre todo, no existe amor por uno mismo. Existe vacío y miedo, y la gran necesidad de llenarlo con la droga complaciente de tener la razón e imponer con desprecio una única verdad.