Estando sumidos en una actual pandemia a nivel global es natural que nos preguntemos si algo tiene que ver todo esto con el uso abusivo que estamos haciendo de los ecosistemas naturales. Nada más lejos de la realidad, la mejor protección para enfrentar pandemias futuras es la naturaleza. Es la mejor vacuna, y nos la hemos cargado: a naturaleza hace una protección integrada. Igual no es perfecta, pero su protección es de amplio espectro, no cuesta dinero, es sostenida y cumple muchas otras funciones. La naturaleza está de guardia las 24 horas del día. Los servicios que está haciendo para mantener las condiciones físicas, químicas y biológicas que reducen la carga vírica, para que los riesgos de la zoonosis tengan unas dimensiones pequeñas, son impagables.
¿Pero cómo puede ser esto posible? Fernando Valladares, trabajador del CSIC, licenciado hace 30 años con premio extraordinario doctorado con el mismo galardón, lo explica perfectamente. Su investigación aborda los impactos de los cambios climáticos en los ecosistemas terrestres, y durante la pandemia ha lanzado una serie de vídeos y artículos tremendamente llamativos, poco habituales en la prensa. Él explica que que el virus es parte del ecosistema. Dice que el coronavirus puede ser el prólogo de lo que se nos viene encima si no cambiamos sustancialmente nuestra relación con la naturaleza.
Una zoonosis es una infección humana que tiene origen en un animal, mediada por un patógeno que puede ser una bacteria, un virus, un hongo, etcétera. Si en una ciudad china se produce una zoonosis, como ha ocurrido, la globalización hace potencialmente incontrolable ese brote, a no ser que se tomen medidas drásticas a una velocidad de vértigo. A escala global, es muy difícil. El Gobierno del país en cuestión puede ocultarlo, reaccionar tarde… Hay muchos factores para que una zoonosis puntual tenga hoy consecuencias catastróficas a escala mundial. Lo más probable hoy día es que el virus se haya originado en el murciélago. Allí ha estado mucho tiempo y ha podido evolucionar. El coronavirus específico que nos está afectando no es exactamente igual, ha mutado en otras especies animales intermedias.
También se ha hablado del pangolín como culpable, pero no lo es. Primero, el que ha buscado el contacto con el animal no ha sido el animal. Segundo, en muchos de los casos, el animal es infeccioso porque lo hemos fastidiado.
En palabras de Fernando Valladares, a más especies animales, menos probabilidad que que los humanos nos infectemos por un virus zoonótico. «Necesitamos muchos bichos. Es el cambio de paradigma en el que yo quiero insistir. Vemos las selvas y otros parajes naturales salvajes con un temor ancestral. Nos parecen muy peligrosos para la especie humana respecto de las enfermedades. Pueden serlo, desde luego: puedes pillar un patógeno raro allí, pero esto sería una circunstancia muy local. Sin embargo, este proceso empieza a ser peligroso para la humanidad cuando los contactos aumentan de forma masiva. No es lo mismo que vaya un pequeño grupo de investigadores a la selva que grupos de turistas en autobús. Todas estas actividades llevan consigo una degradación del hábitat. Si tienes que hacer una carretera para llegar, empiezas a perder especies en el camino. Y aquí es donde entran los mecanismos que yo comento: la biodiversidad, un sistema natural rico en especies, nos protege; su degradación nos amenaza.»
«La biodiversidad nos protege de la siguiente manera: Cuando hay muchas especies distintas, animales grandes y pequeños, carnívoros y herbívoros, mamíferos y reptiles, etc., se establecen relaciones de competencia, de depredador y presa, parasitismos, etcétera. Esta diversidad de interacciones hace que unas especies controlen a otras y regulen su población. Bien: ahora estamos en un escenario en el que no sabemos cuántos hospedadores hay para este virus. Pero sí sabemos que, en un sistema rico en especies, ningún hospedador favorable para el virus va a sufrir una explosión demográfica, porque su población está controlada por las otras. En cambio, si desaparecen especies, se puede dar la mala casualidad de que empiece a aumentar demográficamente una especie que es portadora de un patógeno potencialmente malo para nosotros. De manera que el primer nivel en que nos protege la biodiversidad es este: grupos de especies que controlan grupos de especies en un equilibrio.»
Además, el maltrato y la explotación animal no ayudan en lo más mínimo. «A los animales les pasa lo mismo que a nosotros. Si a ti te tienen metido en una jaula, te transportan 800 kilómetros y te dan de comer mal, y te hacinan, y te tienen así varios días hasta que por fin te venden para que te coman, tú has estado unos cuantos días estresado y tu sistema inmune baja, de manera que tu carga vírica sube. Esto no solo pasa con el coronavirus. Siempre pongo el ejemplo del herpes zóster: virus que tenemos y que, cuando el sistema inmune está bien, ni nos damos cuenta, pero en cuanto baja y aumenta nuestra carga vírica, se desarrollan los síntomas y nos convertimos en organismos infecciosos. Esto ocurre con los animales que se tienen en malas condiciones sanitarias: no solo ‘pobrecitos de ellos’, sino que se convierten en bombas de relojería biológicas.»
«Tenemos esta combinación fatídica de virus tanto en sistemas artificiales, como puede ser un mercado o una explotación ganadera —como vimos en la gripe aviar y la fiebre porcina—, como en la propia naturaleza cuando los ecosistemas se estropean. Si el ecosistema funciona bien, cada individuo, con su acervo propio de patógenos, está bien. Pero cuanto mayor número de elementos de estrés haya, el patógeno sube su carga vírica.»
Todo virus, bacteria, etcétera es parte del ecosistema. Si no nos afecta antes, o no nos afecta nunca, es en parte porque los ecosistemas están equilibrados. El coronavirus podría haber seguido existiendo en el mundo animal sin que nos diéramos cuenta, de no haber sido por una acción humana que ha terminado forzando la zoonosis. Es como si te metes en una selva y te quejas de que te ha devorado un jaguar, sin darte cuenta de que eres tú, con tu comportamiento, el que ha alterado el equilibrio del ecosistema y ha ofrecido al jaguar una fuente de nutrición inesperada.